EXTREMA. Y DURA. Génesis de un cartel
Hacía ya algunos años que deseaba que Josean Morlesín se encargase del Cartel de la Bellota Con. A su contrastado talento como profesor de la UPV en Bellas Artes y sus creaciones anteriores, se le sumaba el exquisito respeto y fascinación que tiene por la Historia. Era una apuesta segura. Solo había que dar con el tema adecuado
Sergio participó en el bombardeo de propuestas y poco a poco fuimos acotando ideas. Más allá de los conflictos directos, los enfrentamientos nacionales o las guerras totales, deseaba explorar ese territorio gris que, a lo largo de las épocas y la geografía, ha dado en llamarse «Frontera». Lugares alejados de la autoridad legal, de las economías de paz, de cualquier tipo de seguridad más allá de la que cada uno pudiese empuñar. Regiones de conflicto, seguramente pobres y yermas, pero donde el ingenio y la pulsión humana bregaban cada día por prosperar. Los bosques y ríos del Canadá, los fuertes franceses del Sáhara, las mesetas asiáticas de Strogoff, el Oeste americano… La Frontera del Duero. El “extremo-Duro”.
Fue en estas coordenadas geográficas y temporales, en esta tierra extrema y dura, donde decidimos encuadrar la escena. Aceptando, sin duda, que también podrían ser las estribaciones del Sistema Ibérico, o Sierra Morena. Que la mirada de esos guerreros que pugnan, luchan y mueren, es exactamente igual a la de los hombres de Jenofonte buscando la brisa marina; a la del vigía de la nao Victoria entre peligrosas Caribdis patagónicas; o a la de un soldado sij retirándose de Kabul en el XIX.
Frontera. Razias. Correrías. Algaradas. Incursiones… Una partida mora, un contraataque castellano, un monasterio en llamas. Los ingredientes bailaban en nuestras cabezas y conversaciones. Tonos apagados, luz del atardecer, cielo sucio. Lanzas y tornafuyes, enemigos cercanos, eventuales. Convecinos de la misma región no civilizada.
Los primeros bocetos confirmaron la idea. Siglo XI en vena. Tierra ocre, escena crepuscular, una partida huyendo con el botín y otra intentando darles caza. Josean disminuyó las pendientes para hacerlas adecuadas a una carga lanza en ristre. Se ajustaron los estribos, bajos o medios, según tipo de jinete. La inspiración para el arquero musulmán fue, ni más ni menos, uno de los jinetes del Apocalipsis del Beato de Liébana. Se atenuó el caracoleo de su caballo para evidenciar su entrenamiento como plataforma de tiro, aunque perdiendo un poco de espectacularidad en la imagen. Los tonos púrpuras del jinete evidencian su origen noble. En dos noches dibujando, Josean había conseguido captar la fuerza y desesperación del momento.
Especial mención para el diseño del ocho de la edición, extraído de antiguos códices medievales respetando los trenzados de los monjes. Para el yelmo de la publicación promocional previa al cartel se optó por uno sencillo con remaches y tiras gallonadas cóncavas. El nasal está asido por una banda metálica a la parte inferior del casco, como se puede comprobar en códices medievales de época o ilustraciones actuales basadas en piezas arqueológicas.
Cuando creímos estar preparados para la primera revisión seria avisamos a amigos, expertos y amigos-expertos para que ayudasen a pulir la ilustración. Mario Agudo estuvo presto y se ofreció a dar consejo, así como a consultar al director de la cabecera de Antigua y Medieval de Desperta Ferro, Eduardo Kavanagh. Gracias a ellos supimos que los yelmos con nasal no eran tan frecuentes en ese periodo, por lo que se decidió mantenerlo para el caballero del segundo término, argumentando que posiblemente fuese el jefe de la mesnada, así como su uso en primer plano en la imagen promocional previa al cartel de la convención. Adicionalmente Mario nos conminó a no reducir el tamaño del monasterio, ante nuestro temor de que en el siglo XI en el valle del Duero no fuesen tan masivos. Por su parte Eduardo nos animó a pintar la lanza un poco más robusta, así como nos indicó que su forma de asirla bajo la sisa, lance couchée, no era la normativa para el momento de la carga, aunque justificable en el momento de elevar el escudo para recibir el impacto del proyectil: un balaceo del peso del jinete coherente. Los ejemplos de lúnulas y moharras que nos envió terminaron de ayudar a Josean con los detalles finales.
A pesar del mimo histórico que se había puesto en la composición, en las versiones finales surgió un inesperado problema: sin proponérselo, por la propia composición de la imagen, el arquero musulmán era zurdo. Aquello planteaba algunas dudas, mezcladas con prejuicios históricos y desconocimiento: ¿cómo eran vistos los “siniestros” en la cultura islámica? ¿Se trataba de un error histórico? La solución vino por dos ínclitas vías.
Por un lado, Mario nos indicó que no era extraño que los guerreros profesionales se ejercitasen en el uso ambidiestro de las armas, bien para sorprender al rival o bien para estar precavido contra los oponentes con esta misma capacidad. Por otro lado, el gran José Soto Chica nos explicó que a pesar de que la mano zurda no se usa socialmente en las comunidades musulmanas para saludar o comer, en tareas artesanas o en el ejercicio de la guerra no presentaba ningún problema. También nos confirmó la existencia de guerreros y arqueros zurdos famosos, por ejemplo entre los mamelucos.
En el tiempo de descuento se arreglaron algunos problemas menores: sombras de los jinetes lejanos, adición de humo al fuego del monasterio y acabados finales. Para la falta de definición de los contornos, sus difusos límites, Josean tuvo la respuesta perfecta: “Asier, tío, eres parte de la escena. Estás a caballo allí con ellos, al galope. No es una foto: es lo que ves.” Creo que no hay mejor conclusión posible.